EE.UU. y el drama de los ilegales
Sin pretenderlo y a fuerza de años acumulando espera, el drama de la inmigración irregular acaba de ganar, en Estados Unidos, el potencial de una "tormenta perfecta", de difícil desenlace.
Mezcla de cálculo electoral republicano, impericia del gobierno demócrata, mucho miedo popular a la inseguridad y algo de racismo, este estado en la frontera caliente con México acaba de catapultarse como el globo de ensayo para el futuro de la política migratoria del país.
"Si Arizona es el laboratorio, la verdad es que hasta ahora sólo ha producido un Frankenstein", ironizó Claudio Sánchez, un norteamericano de origen mexicano, experto en temas de inmigración para la cadena de radio pública (NPR), prototipo de la llamada "radio de calidad" en este país.
"Se encendió Arizona. ¿Y ahora qué?", se preguntó el diario The New York Times . Medio país está pendiente de la batalla de derechos cruzados que aquí se juega entre "ciudadanos" e "inmigrantes sin papeles".
La batalla implica una radicalización del discurso. Al extremo de que hay legisladores republicanos que quieren quitar la ciudadanía estadounidense a los hijos de inmigrantes irregulares nacidos en el país, derecho que actualmente les brinda la Constitución. Así lo acaba de proponer el senador Lindsay Graham, con el beneplácito de su par y ex candidato presidencial John McCain.
Del otro lado, la Casa Blanca baraja alternativas para blanquear la estancia de inmigrantes ilegales, sin necesidad de pasar por el Congreso. "Evidentemente, están tratando de hacer algo, ahora que el lío ha estallado", dijo Lynn Marcus, experta en temas migratorios en la Universidad de Arizona.
El resultado impactará no sólo en la vida de los más de 11 millones de personas que, según el cómputo oficial, viven en Estados Unidos como inmigrantes ilegales. "Casi un país dentro del país", puso en dimensión Jim Gimpel, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Maryland, consultado por LA NACION.
Afectará también el futuro de la política inmigratoria nacional -más de 20 estados están pendientes de lo que aquí ocurra para decidir sus propios pasos-. Y, como prometen las camisetas con la indignada leyenda "Nos veremos en noviembre", tendrá impacto en el voto que evaluará la gestión de Barack Obama. El presidente que -porque no quiso o porque no pudo- obvió su promesa electoral de atender la inmigración en su primer año de gestión, hasta que el asunto le estalló en las manos. Por añadidura, el drama humano toca a un número indeterminado de compatriotas argentinos.
"Para Obama no es sencillo moverse en este tema", dijo Gimpel. El presidente tiene poco espacio, acotado entre la proximidad de las elecciones y la realidad adversa, por el otro. Las estadísticas le dan apenas 50% de apoyo, está presionado por el desempleo del 10% y fustigado por una derecha furibunda que calienta ánimos con el reproche de que "es un socialista".
"En estos tiempos de incertidumbre económica es mucho riesgo político tomar una posición clara en materia migratoria. Habrá que esperar a que haya mejora y estabilidad para promover una reforma integral", añadió Gimpel.
"Es como una trampa. Si ahora hace algo con la inmigración, la derecha lo acusará de socialista. Pero si no lo hace, corre el riesgo de que sus bases lo castiguen con el voto", corroboró Sánchez.
Arizona acaba de demostrar que la inacción puede ser mal camino. Bastó una combinación de circunstancias para que los republicanos vieran allí un jugoso filón electoral contra la Casa Blanca. La sucesión de hechos fue ésta: hace meses, un campesino de Arizona fue asesinado por un inmigrante ilegal que se coló por su rancho. Fue la gota que rebalsó el vaso de una sociedad sensibilizada por el miedo al delito asociado al narcotráfico.
La gobernadora republicana de Arizona, Jan Brewer, clamó al gobierno federal que protegiera la extensa frontera con México. Y, tras reprocharle "inacción", avanzó ella con la controvertida ley SB1070, que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, considera delito a la inmigración irregular.
Fue la mecha final. Ahora la batalla se libra en todos los frentes. En el judicial, con demandas cruzadas sobre la normativa y la posibilidad de "llegar a la Corte Suprema", según dijo Brewer.
Choques
En las calles, con choques entre los nacidos aquí y los llegados hace poco: "Tú te vas, no me voy, éste no es tu país, tampoco era el tuyo", y arrestos policiales todos los días. Mientras, los republicanos baten el parche de la seguridad desatendida por el gobierno. Y los demócratas atajan el pulso como pueden.
"Yo voy a poner a todos éstos en caja", promete, mientras tanto, el temible alguacil Joe Arpaio, el policía de mano dura que se convirtió en el rostro de un conflicto que, por momentos, se va de las manos.
La sociedad está dividida. Hay encuestas que arrojan un 70% de apoyo a la ley SB1070. Pero otras revelan que el 80% de los norteamericanos acepta que los inmigrantes se queden "si tienen trabajo y pagan sus impuestos". Sólo que la ley anterior limita sus posibilidades de buscar trabajo. Entonces, ¿en qué quedamos?
"Esto le hace mal a la sociedad norteamericana. Es racismo puro", dicen algunos, al oponerse a la ley. "Tenemos que cerrar la frontera ya. ¿O acaso nos olvidamos de que hay mucha gente en el mundo que odia a Estados Unidos y que los ataques a las Torres Gemelas fueron hechos por inmigrantes?", dicen quienes la defienden.
Lo cierto es que olvidó a esa población "en la sombra", básicamente hispana y, en su mayoría mexicana, que creció y se multiplicó durante las gestiones previas de George W. Bush y de Bill Clinton.
"Este es un problema de muchos años y que yo no puedo arreglar solo", dijo, por fin, Obama, al pronunciar su primer discurso en un asunto al que demócratas y republicanos temen y escapan casi por igual. Aunque es obvio que estos últimos explotan en lo electoral con la simple denuncia de que el presidente "no hace nada". Pero, para cuando Obama habló, ya era tarde. La tormenta política y social ya había crecido.
Mezcla de cálculo electoral republicano, impericia del gobierno demócrata, mucho miedo popular a la inseguridad y algo de racismo, este estado en la frontera caliente con México acaba de catapultarse como el globo de ensayo para el futuro de la política migratoria del país.
"Si Arizona es el laboratorio, la verdad es que hasta ahora sólo ha producido un Frankenstein", ironizó Claudio Sánchez, un norteamericano de origen mexicano, experto en temas de inmigración para la cadena de radio pública (NPR), prototipo de la llamada "radio de calidad" en este país.
"Se encendió Arizona. ¿Y ahora qué?", se preguntó el diario The New York Times . Medio país está pendiente de la batalla de derechos cruzados que aquí se juega entre "ciudadanos" e "inmigrantes sin papeles".
La batalla implica una radicalización del discurso. Al extremo de que hay legisladores republicanos que quieren quitar la ciudadanía estadounidense a los hijos de inmigrantes irregulares nacidos en el país, derecho que actualmente les brinda la Constitución. Así lo acaba de proponer el senador Lindsay Graham, con el beneplácito de su par y ex candidato presidencial John McCain.
Del otro lado, la Casa Blanca baraja alternativas para blanquear la estancia de inmigrantes ilegales, sin necesidad de pasar por el Congreso. "Evidentemente, están tratando de hacer algo, ahora que el lío ha estallado", dijo Lynn Marcus, experta en temas migratorios en la Universidad de Arizona.
El resultado impactará no sólo en la vida de los más de 11 millones de personas que, según el cómputo oficial, viven en Estados Unidos como inmigrantes ilegales. "Casi un país dentro del país", puso en dimensión Jim Gimpel, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Maryland, consultado por LA NACION.
Afectará también el futuro de la política inmigratoria nacional -más de 20 estados están pendientes de lo que aquí ocurra para decidir sus propios pasos-. Y, como prometen las camisetas con la indignada leyenda "Nos veremos en noviembre", tendrá impacto en el voto que evaluará la gestión de Barack Obama. El presidente que -porque no quiso o porque no pudo- obvió su promesa electoral de atender la inmigración en su primer año de gestión, hasta que el asunto le estalló en las manos. Por añadidura, el drama humano toca a un número indeterminado de compatriotas argentinos.
"Para Obama no es sencillo moverse en este tema", dijo Gimpel. El presidente tiene poco espacio, acotado entre la proximidad de las elecciones y la realidad adversa, por el otro. Las estadísticas le dan apenas 50% de apoyo, está presionado por el desempleo del 10% y fustigado por una derecha furibunda que calienta ánimos con el reproche de que "es un socialista".
"En estos tiempos de incertidumbre económica es mucho riesgo político tomar una posición clara en materia migratoria. Habrá que esperar a que haya mejora y estabilidad para promover una reforma integral", añadió Gimpel.
"Es como una trampa. Si ahora hace algo con la inmigración, la derecha lo acusará de socialista. Pero si no lo hace, corre el riesgo de que sus bases lo castiguen con el voto", corroboró Sánchez.
Arizona acaba de demostrar que la inacción puede ser mal camino. Bastó una combinación de circunstancias para que los republicanos vieran allí un jugoso filón electoral contra la Casa Blanca. La sucesión de hechos fue ésta: hace meses, un campesino de Arizona fue asesinado por un inmigrante ilegal que se coló por su rancho. Fue la gota que rebalsó el vaso de una sociedad sensibilizada por el miedo al delito asociado al narcotráfico.
La gobernadora republicana de Arizona, Jan Brewer, clamó al gobierno federal que protegiera la extensa frontera con México. Y, tras reprocharle "inacción", avanzó ella con la controvertida ley SB1070, que, por primera vez en la historia de Estados Unidos, considera delito a la inmigración irregular.
Fue la mecha final. Ahora la batalla se libra en todos los frentes. En el judicial, con demandas cruzadas sobre la normativa y la posibilidad de "llegar a la Corte Suprema", según dijo Brewer.
Choques
En las calles, con choques entre los nacidos aquí y los llegados hace poco: "Tú te vas, no me voy, éste no es tu país, tampoco era el tuyo", y arrestos policiales todos los días. Mientras, los republicanos baten el parche de la seguridad desatendida por el gobierno. Y los demócratas atajan el pulso como pueden.
"Yo voy a poner a todos éstos en caja", promete, mientras tanto, el temible alguacil Joe Arpaio, el policía de mano dura que se convirtió en el rostro de un conflicto que, por momentos, se va de las manos.
La sociedad está dividida. Hay encuestas que arrojan un 70% de apoyo a la ley SB1070. Pero otras revelan que el 80% de los norteamericanos acepta que los inmigrantes se queden "si tienen trabajo y pagan sus impuestos". Sólo que la ley anterior limita sus posibilidades de buscar trabajo. Entonces, ¿en qué quedamos?
"Esto le hace mal a la sociedad norteamericana. Es racismo puro", dicen algunos, al oponerse a la ley. "Tenemos que cerrar la frontera ya. ¿O acaso nos olvidamos de que hay mucha gente en el mundo que odia a Estados Unidos y que los ataques a las Torres Gemelas fueron hechos por inmigrantes?", dicen quienes la defienden.
Lo cierto es que olvidó a esa población "en la sombra", básicamente hispana y, en su mayoría mexicana, que creció y se multiplicó durante las gestiones previas de George W. Bush y de Bill Clinton.
"Este es un problema de muchos años y que yo no puedo arreglar solo", dijo, por fin, Obama, al pronunciar su primer discurso en un asunto al que demócratas y republicanos temen y escapan casi por igual. Aunque es obvio que estos últimos explotan en lo electoral con la simple denuncia de que el presidente "no hace nada". Pero, para cuando Obama habló, ya era tarde. La tormenta política y social ya había crecido.
(La Nación)
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